El dios de turno

por: Patricio Burbano

Cuando los arquitectos griegos empezaron la construcción del Coloso de Rodas, jamás imaginaron que la figura sería destruida por los salvajes movimientos de la tierra. Los fragmentos de cobre del devastado Apolo hicieron pensar a las sacerdotisas en un castigo que los dioses les habían enviado por pretender igualar su magnificencia. Sólo los arquitectos, creadores del Coloso, comprenderían la frustración que significaba haber levantado un dios perecedero sobre la Tierra. La idea de la derrota no los abandonaría nunca, y a partir de entonces, contemplarían para siempre los restos de su desmesurada creación, como un monumento al fracaso.



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