Noche eterna

por: Jordi Llavoré Pons

Sus besos dibujaban torrenteras de hemoglobina en mis carnosos labios, mientras sus dedos creaban profundos surcos rojizos en la orografía de mi espalda desnuda. Las prendas, inmóviles alimañas mironas, yacían desperdigadas y olvidadas por el suelo. El deseo me había llevado del peor antro de la ciudad hasta mi compañera de lubricidad nocturna.
“Te voy a comer enterito”, profetizó mientras con su lengua relamía la sangre que había brotado de mi labio inferior. Su sonrisa felina me reveló que no lo decía en tono figurado…



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