Síntoma

por: Laura Wittner

Durante la primera proyección
el ancla –el punto mágico y pesado
que comprime los diálogos, las imágenes, la música–
leva sola. Se va flotando por la superficie
cuando el espectador maniobra, torpe,
por sobre la sorpresa
y preprograma la fetichización:
ya sabe qué le hará sentir
la banda de sonido durante un viaje en auto
y sabe en qué lugar colgará el póster
cuando por fin lo encuentre,
después de algunos meses de buscarlo. O años.
Así se desmonta un mecanismo
fundamental. Sus elementos, disgregados,
no sirven para mucho.



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