Lluvia
por: Miguel Ángel Zapata
En días despejados, el cielo muestra su dulce calidad oceánica, una cúpula marítima abarcando todo el espacio en torno a nosotros. Tememos, entonces, con un preventivo horror, la llegada de los primeros nubarrones plomizos, su amenaza cruel de precipitaciones, y corremos, tras la primera alarma de gotas, hasta guarecernos en catedrales, búnkers, polideportivos y hangares, tapándonos los oídos, una vez a cubierto todos, para evitar la condena de los mares vertiéndose con ira desde las alturas, de las embarcaciones destrozando su casco ya inútil al impactar brutalmente contra tejados y aceras en su caída inmisericorde desde el cielo.