Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda
por: Robinson Viernes
Frente a sus diarios, cartas y escritos cinematográficos, las ficciones de Caicedo palidecen. Adicto a las películas clase B, su lectura del cine de la década de los setenta es sorprendente por su madurez y frescura, algo que hoy le falta a las revistas de cine. Asumió la crítica cinematográfica como otra forma de hacer literatura. Lástima que sus escritos póstumos hayan caído en manos del oportunismo pretencioso de Alberto Fuguet; utiliza a Caicedo con la estratagema de las antologías para ubicar en el mapa un discurso inane sobre la dirección y el montaje que ya no tiene gracia.
Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda: Una autobiografía, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2008, 300 pp.
Es una verdadera lástima la aparición de esa verdadera estupidez llamada “mi cuerpo es una celda”. El sensacionalismo patético con el que se aborda la figura de Andrés es ya insoportable desde el mismo título, que suena como a lamento, como a queja pintoresca, completamente opuesta al “aguzate que te están velando” que transmite la prosa caicediana. La frialdad con la que se ha hecho esa ridícula compilación de textos de Andres está exactamente a la medida de la vacuidad comercial y antiliteraria del negocio editorial, esencialmente la del grupo Norma. Ojalá que la figura de Andrés que llegué a la nueva gente no sea la caricatura falaz que tristemente hoy entrega Alberto Fuguet.